Hacer un Reset, o “Resetear”, significa reajustar, recomponer o reiniciar (volver a un estado inicial). Hasta hace poco solo era jerga de ingeniería de automatización o informática.
En la industria de procesos automatizados (que son hoy la mayoría) ante un fallo grave de un lazo de control o secuencia, cuando no se conoce otra opción mejor, siempre queda un último recurso: hacer un reset. Desde luego, hay que pensárselo bien, porque suele ser una decisión arriesgada, con resultados difíciles de prever.
Hoy estamos en esas, pero el sistema (o bucle de control) es nada menos que la economía mundial y el estado inicial no es exactamente volver a lo que había “antes” (algo imposible) sino algo así como una “nueva normalidad” (por cierto, este es un oxímoron interesante), una situación en gran medida desconocida.
El Reset se ha magnificado con adjetivos -también en inglés- como Great o Big, y la expresión es empleada por economistas, políticos y líderes en general para referirse a una vuelta al principio, pues esta “partida” o secuencia no salió bien.
Estos días también solemos oír que el Covid19 lo ha cambiado todo, aunque solo ha puesto ante nuestros ojos lo que ya estaba ahí: la gran fragilidad del sistema, las inconsistencias y debilidades del tecno-capitalismo globalizador. Sin embargo, aún con todos sus fallos, el capitalismo posiblemente aún sea la mejor opción que tenemos, y podría funcionar con algunas -muy necesarias- correcciones. A fin de cuentas, en su estado ideal se fundamenta en la libertad de los individuos, lo cual es algo defendible.
Si dirigimos la atención hacia otras posibilidades advertimos que las libertades y derechos del individuo pierden bastante importancia frente a “lo colectivo”. La planificación centralizada depende mayormente de las decisiones de una clase dirigente que concentra excesiva “responsabilidad”, por lo que es casi inevitable que derive hacia diversas manifestaciones de corrupción.
Por otra parte, tratar de imponer una "radical libertad económica" a la fuerza, mediante una “doctrina de shock” (título de un libro de Naomi Klein), tampoco parece una buena opción (para las víctimas desde luego no). Y ninguna de estas opciones sirven de nada si no logramos identificar correctamente el (los) problema(s). Sin un diagnóstico certero solo estamos atendiendo a los síntomas, pero no las causas reales de las disfunciones socioeconómicas..
No es fácil, porque tenemos ante nosotros una “tormenta perfecta” que amenaza con destruir completamente eso que llamamos Estados del Bienestar, estados que -si somos sinceros- reconoceremos que cada día beneficiaba a menos personas, creando desigualdades extremas generadoras de malestar e incluso en cada vez más casos, resentimiento. Por no hablar de riesgos políticos, ecológicos y hasta climáticos. Por eso, últimamente está muy de moda hablar de grandes y fundamentales cambios adaptativos, o más sucintamente, un Big Reset
Uno de los gurús del Gran Reseteo es Klaus Schwab, fundador del World Economic Forum, más conocido como el foro de Davos por el pueblo suizo donde celebran su reunión anual los “super-líderes” de Occidente. Aunque el club de ricos de Klaus ha hecho famosa la expresión Big Reset, es difícil entender qué ideas concretas hay tras su iniciativa (aparte del estupendo negocio que supone la inscripción al exclusivo club).
Lo que parece proponer el WEF es un RESET global de todo el sistema económico, que, por supuesto, todos vemos que no funciona, aunque ya no son tantos los que advierten que en gran medida falla por las recetas y consejos de algunos de sus socios y colegas.
Richard Florida, autor famoso por el libro El auge de la clase creativa, también contribuyó a divulgar la expresión al titular uno de sus libros The Great Reset. Richard se refería a un cambio que está ocurriendo, no a algo que haya que “forzar” en modo alguno. Su papel es de observador que aconseja cierta “adaptación” ante cambios “inevitables” en la forma de trabajar, y en particular ante el auge de profesiones y negocios más creativos.
Más entusiastas y también algo más concretos, son los tecno-utópicos y transhumanistas de la Singularidad tecnológica, que auguran un -cercano- futuro de maravillas que “nos” llevará a una fascinante era de paz y prosperidad, facilitada por un decisivo avance en inteligencia artificial, que a su vez podrían impulsar enormemente otras disciplinas como la nanotecnología, la biotecnología y la energía de fusión, que se acelerarán exponencialmente como resultado de una sinergia perfecta.
Todos ellos tienen -al menos- algo de razón; los increíbles avances tecnológicos que prometen los creyentes en la Singularidad podrían hacer la vida más interesante en algunos aspectos, y los negocios de las corporaciones capitaneadas por los asistentes al foro de Davos podrían convertir esos avances en maravillosos productos y servicios ahora impensables. Pero también nos exponen a enormes riesgos, incluso más allá del peligro de que la inteligencia artificial esclavice al Ser Humano (o lo quite de en medio), que la biotecnología o nanotecnología sirvan a propósitos siniestros y destructivos, etc.
Más allá de eso, es muy probable que estos avances ahonden en la brecha entre los ricos los demás, haciendo de las habilidades de muchas personas algo superfluo, es decir, generando un desempleo masivo y una concentración del capital aún mucho mayor (léase pobreza, si se quiere). Esto tampoco es nuevo, y también lo narró detalladamente Jeremy Rifikin en El fin del trabajo, hace ya 25 años. Todo eso es probable, y también lo es que suceda un cisne negro, acontecimiento aparentemente improbable, aunque solo porque no tenemos referencias mentales para imaginarlo. Pero con tanto cambio es más que probable que sucedan más “cosas inesperadas”. Por cierto, el perspicaz Nassim Taleb, que acuñó la expresión al titular así su libro más famoso, desmiente que el Covid haya sido un cisne negro, pues muchos fueron los que advirtieron de este riesgo en concreto (aparte de Bill Gates y la propia OMS). Incluido el mismo Taleb, que casi hizo una declaración profética varios años antes. Aparentemente menos serio, el propio Edward Aloysius Murphy hizo un análisis acerca de la alta probabilidad de que algo se tuerza, sobre todo cuando se experimenta con elementos complejos interconectados entre sí (especialmente con sistemas dinámicos). El Sr. Murphy (sí, el de las leyes de Murphy) fue un ingeniero aeroespacial que acumuló una considerable experiencia en lanzamientos de cohetes, pues trabajó para las fuerzas armadas de Estados Unidos. Por tanto sabía de lo que hablaba, aunque tomemos muy a broma sus famosas “leyes” del caos de los sistemas. Entonces, ¿Cómo vamos a desoír los sabios consejos de un foro mundial de economistas, empresarios y políticos si lo que intentan es salvarnos de nosotros mismos? Pues no cabe duda del lío en que estamos con el cambio climático (antropogénico), la sobrepoblación, el desempleo, la pobreza, la pérdida de biodiversidad, la contaminación, etc, etc..
Ellos comprenden perfectamente que la sobrepoblación es una gran amenaza para su supervivencia, porque la huella ecológica de los 7.700 millones de habitantes (entre ellos incontables pobres que apenas consumen ni pagan impuestos), son un obstáculo al bienestar de los que sí tienen derecho a disfrutar de todo. Y para colmo de desgracias, aún no pueden contar con la “solución” de colonizar Marte que propone Elon Musk a través de SpaceX.
A estos asuntos se refirió Susan George en su libro (de ficción) El Informe Lugano, en el que la élite percibe la gravedad de la situación y pide a un comité de sabios una “solución” para “salvar el capitalismo”, pues la mala gestión de la economía está llevando al planeta al desastre ecológico. La extrema “solución final” propuesta en la ficción inquietó a los lectores de Susan.
Pero no deberíamos tomar demasiado en serio estas teorías de conspiraciones, porque no son sino metáforas para ilustrar o incluso para desprestigiar la posible crítica mediante la exageración llevada al absurdo. Lo que sí debemos es analizar críticamente lo que se está proponiendo y cómo se está haciendo.
Apenas cabe dudar de que la “mala praxis” político-económica ha agravado los problemas, o al menos no han contribuido a solucionarlos en absoluto. Sin embargo, ahora se proponen soluciones basadas en la misma receta que nos ha llevado donde estamos: Entre sus ingredientes básicos, más planificación y control central, basado en decisiones de unos pocos, que -como no- tienen algunos intereses corporativos y financieros.
La prescripción no será barata; por eso también trabajan en una estrategia para que no tengan que pagar ellos -que sorpresa- sino los de la base. Porque en eso consiste todo este sistema piramidal extractivo, que devuelve en contraprestación sabias decisiones que benefician fundamentalmente a la cúspide, todo ello oculto en interminables ciclos y resets
Ante esta confusión, es imperativo "despertar" (despejar la ecuación) mediante el conocimiento de los hechos. Aunque eso solo sea el principio.
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