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Reinventarse en la era de los algoritmos

Son tiempos difíciles los que nos tocan vivir, dijo Don Quijote a su amigo Sancho. Y, al igual que le sucedió al hidalgo caballero, parece que vivamos fuera de tiempo en una época a la que no pertenecemos. O dicho en otras palabras, el mundo ha cambiado tan veloz y abruptamente en los últimos años que, sin capacidad de asimilación ni reacción por abstraídos en nuestras propias vidas cotidianas, ahora nos resulta prácticamente irreconocible tal si despertásemos de un largo letargo.


Si tenemos que buscar una fecha que señale el inicio de dicho proceso disruptivo, esta debemos situarla, sin lugar a dudas, en septiembre de 2008 con la quiebra de la financiera norteamericana Lehman Brothers, que originó una crisis económica mundial con efecto más que de dominó de remolino fagocitador de la que, tras una década después, aun no hemos conseguido salir, aunque sí la hemos normalizado. De hecho, el nivel de Estado de Bienestar Social del que gozábamos en el mundo occidental previo a la crisis ni volverá ni, a estas alturas, ya se le espera. Un punto de inflexión social y económico de corte histórico que, más allá del evidente empobrecimiento de la población activa por destrucción masiva de empleo multisectorial, del bloqueo de la banca (subsidiada con dinero público) al acceso de liquidez crediticia para la economía productiva real, y a la consecuente caída del consumo generalizado –factores sintetizados que en suma han abocado a la liquidación de la clase social media (imprescindible, dicho de paso, para cualquier economía de un país desarrollado que se precie)-, nos ha conducido a un cambio radical de paradigma en las relaciones humanas a nivel profesional.


Tanto es así que hemos sustituido las entrevistas de trabajo personalizadas, ya sea para demandar trabajos esperanzadores como para presentar proyectos ilusionantes, por asépticas plataformas y programas informáticos de selección y discriminación de oportunidades que hacen a la vez de insalvables muros de contención; las cuales, en muchos casos, tienen como única respuesta el silencio administrativo omitiendo los preceptos más mínimos de la cortesía humana, para desesperación de los interesados (pues ya se sabe que quien espera, desespera, como bien versó el Arcipreste de Hita). Un nuevo paradigma interrelacional en el que las personas, en el ámbito profesional, son menos accesibles que nunca en un mundo que jamás ha estado mayormente interconectado. Donde los individuos nos hemos convertido en ítems anónimos del Big Data, y los recursos laborales y profesionales, por escasos, se dosifican caro en un mundo en el que la economía es objeto de racionamiento, existe carencia de trabajo, y sobra la demanda (Ver: Sobrepoblación mundial, efectos socio-económicos y políticos a corregir). Y toda esta profunda transformación de la sociedad ha sido acaecida en un período de poco más de diez años. ¡Para volverse loco!


El nuevo paradigma en el imperio del mundo digital


Pero no puede entenderse el drástico cambio de paradigma de las relaciones humanas profesionales en el contexto presente sin la irrupción -en una relación de causalidad recíproca propia del dilema del huevo y la gallina-, de un factor profundamente determinante y de carácter transversal a toda actividad humana como es la digitalización. Una variable, o mejor dicho la variable, que si bien obtiene corporeidad manifiesta con la denominada Cuarta Era de la Revolución Industrial, bautizada oficialmente en el Foro Económico Mundial de 2016 como entidad con personalidad social propia, encuentra su impulso de desarrollo exponencial con la actual crisis de la Pandemia del coronavirus (una crisis dentro de la Gran Crisis).


Donde la digitalización ya no es un proceso informático que, de manera complementaria, ayuda en agilidad y eficacia al amplio abanico de actividades humanas, sino que en su monopolización de la vida social y económica del hombre occidental se ha erigido como determinante de la propia vida de éste. Tanto es así que, a día de hoy, los algoritmos asignan las calificaciones de valor social no solo a las personas, sino también a las actividades profesionales. Una calificación de valor basada estrictamente en parámetros de rentabilidad económica. O, dicho de otra manera, los algoritmos decretan qué profesiones y negocios tiene cabida o no en una sociedad contemporánea en continuo y vertiginoso proceso de cambio y transformación.


En este escenario, los tipos de negocios y profesiones clásicas, estrategias de management, o técnicas de marketing y ventas, por poner algunos ejemplos, previos a la crisis del 2018, están radicalmente obsoletos en la presente sociedad de la era digital. El factor humano ha sido substituido de raíz por el factor algorítmico, y el mercado natural por físico ha sido reemplazado por un mercado virtual preprogramado. De hecho, un trabajador, emprendedor o directivo de la era preCovid se desarrolla en el contexto actual con la misma destreza que pudiera hacerlo un neandertal que haya sido teletransportado en plena época de la Ilustración: fuera de tiempo. Y es que en la era del imperio de la digitalización algorítmica solo hay cabida para personas capacitadas en habilidades digitales, mientras que el resto (con significativas excepciones resistentes en el sector primario y de servicios) son expulsados, por defecto, del propio sistema. Es por ello que toda persona que en tiempos presentes, en un profundo contexto VUCA (volatilidad, incertidumbre, complejidad y ambigüedad), busca por imperativo existencial reinventarse profesionalmente (y por extensión personalmente) depende de los criterios de validación vital marcados por los fríos e inflexibles algoritmos (Ver: CAC<LTV: Cuando el ímpetu emprendedor se ve superado por las métricas). Un escenario triste, sí, sobre todo para un humanista como servidor, pero fiel reflejo del Principio de Realidad. De nada sirve, por inútil, no querer aceptar como no querer ver la realidad imperante, pues como bien dijo el buen Sancho: oficio que no da de comer a su dueño no vale dos habas. Lo contrario, parafraseando a Calderón de la Barca, sueños son.


La trampa de reinventarse en la era de los algoritmos


Por otro lado, y expuesto el determinismo algorítmico, nunca ha sido tan difícil para una persona reinventarse profesionalmente como en la actual era digital. Por un lado, porque la reinvención, en un contexto de grave carencia del mercado laboral, va íntimamente ligado a la emprendedoría. Y por mucho que se ensalce institucionalmente la cultura de la emprendedoría como panacea del mercado liberal del siglo XXI, nada hacen los gobiernos de turno por ayudar a los emprendedores, ni en materia de recursos, ni en política fiscal, y ni mucho menos económicamente (Ver: La zanahoria inalcanzable para el emprendedor español).


Mientras que por otro lado, porque reinventarse profesionalmente en plena era de la omnipresencia digital representa, por imperativo contextual, navegar por el gran océano digital de oportunidades a la pesca de ciudadanos-consumidores, ya que sin ventas no hay viabilidad empresarial. He aquí la trampa mortal. Pues el problema radica en que si bien el océano es grande, éste ha dejado de ser azul para teñirse de rojo en términos de estrategia competitiva. Es decir, detectado un banco ya no de peces sino de consumidores, todos los barcos empresariales de pesca ya están concentrados ahí incluso antes que el propio consumidor lo sepa (ver: El “Conócete a ti mismo” lo ejerce el Mercado por nosotros), imposibilitando a las embarcaciones pequeñas (pymes y emprendedores) acercarse ni de lejos.


En este sentido, el circuito comercial (de marketing digital) se encuentra viciado, ya que la única manera de alcanzar la pesca no es otra que mediante el salvoconducto de los algoritmos, los cuales tienen una barrera de entrada artificial que es su coste, cuyo precio, a su vez, está fijado por los grandes monopolios de los Señores del Mar digital (dígase Google, Facebook, Linkedin, Instragram, entre otros) en una práctica sistemática de licitación de posicionamiento por subasta. O dicho de otro modo, sin dinero por medio no hay ni barquero ni pesca, pues poderoso Caballero es Don Dinero, como bien versó Quevedo. Y sin dinero suficiente para adquirir una barca o bien para salir a pescar y aún más para acceder al banco de consumidores, ¿Cómo puede reinventarse un emprendedor en esta nueva era digital?. La respuesta no es otra que una proposición contradictora propia del reductio ad absurdum.


Es por todo ello, y sin pretensión de extenderme mucho más, que uno no puede dejar de preguntarse quién está detrás de los tan selectivos como opacos algoritmos que definen la vida del hombre de hoy en día (ver: El Mercado, el nuevo modelo de Dictadura mundial), así como reflexionar cómo afecta dichos algoritmos a la escala de valores humanos en materia de Ética (ver: La Ética mundial no puede estar en manos de los ingenieros informáticos). Y aun más reflexionar si son en realidad los algoritmos la causa tanto de la pobreza económica de los pueblos, como de la incipiente pobreza ética de sus sociedades. Pues, dime qué algoritmos estás integrando y te diré qué sociedad estás construyendo.


Y a todo esto, tal como Quijotes que nos han cambiado nuestro tiempo, pipa humeante en boca y a toda vela (con permiso de Espronceda), los hombres pre-covidianos nos enfrentamos con furia y tenacidad a la par contra los molinos de vientos digitales como si fueran verdaderos gigantes a los que ganar la propia libertad profesional, y por ende personal. Sabedores, como bien señaló el buen Sancho, que tanto vales cuanto tienes, y tanto tienes cuanto vales, pues dos linajes solo hay en el mundo, que son el tener y el no tener (por mucho que los hombres pensantes nos resignenos a aceptar).


Nihil novum sub sole



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