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La corrupción inarmónica


¿Por qué los índices de percepción de la corrupción política y administrativa son mayores en el sur que en el norte de Europa? Dato que nos muestra un año tras otro Transparencia Internacional. ¿Qué es lo que nos hace diferentes? Esta pregunta me llevó a plantear la hipótesis de que tal vez el origen último se encuentre en cómo la religión y la filosofía han modelado dos visiones completamente diferentes de entender la esencia humana en el Occidente cristiano. Cuestión que me condujo a investigar durante más de tres años en esta línea y a elaborar mi ensayo La corrupción inarmónica.

Trabajo que contribuyó a que obtuviera mi doctorado en Ciencias Sociales y Jurídicas. No obstante, con anterioridad a este libro ya había examinado 158 sentencias condenatorias emitidas por el Tribunal Supremo español con la intención de obtener una fotografía clara de la corrupción política y administrativa existente. Para poder así construir un perfil del sujeto activo, es decir, de aquel que comete este tipo de delitos. Ya sea tráfico de influencias, prevaricación urbanística, medioambiental o administrativa; malversación de caudales públicos, cohecho.

De ahí que me permitiera darme cuenta de que la ideología carecía de incidencia alguna, pues entre los condenados había tanto de izquierdas, de derechas o nacionalistas. Lo que realmente resultaba determinante es que se ostentase el poder ejecutivo, a saber, que se tuviese capacidad de decisión. Asimismo, de las resoluciones judiciales se desprendía un sentimiento de pertenencia a la «tribu» y de mantenimiento del poder, como motivación principal.

La raíz primigenia de la corrupción

Es por eso que para aminorar la corrupción de poco vale un cambio de caras o ideológico. Tampoco la reparación debe circunscribirse exclusivamente a una alteración del propio sistema, pues hasta las leyes más perfectas ocasionan hondas grietas. Por tanto, solo cabe indagar sobre el germen primigenio que provoca esta disonancia entre los europeos del norte y los del sur. Sur de Europa al que se suma Latinoamérica, al ser herederos culturales de España y Portugal.

Estudio de la corrupción que se muestra como un asunto crucial para nuestra sociedad. Pues de su óptimo resultado depende que obtengamos una mayor comprensión, y por tanto mejores soluciones para erradicarla. De lo contrario, estamos abocados a seguir ahondando en la desafección de la ciudadanía respecto a las instituciones que la representan. Presa fácil para quedar atrapada en los cantos de sirena de cualquier tipo de populismo, aquellos que tanto daño hicieron a la vieja Europa durante el siglo XX.



La diosa Maat


Luego, en este ensayo abordo el fenómeno de la corrupción política y administrativa desde un análisis de contenido de multiplicidad de textos ortodoxos y de otros clasificados en su momento de heréticos. El punto de partida es el Antiguo Egipto, sociedad empeñada en preservar la armonía de cada acto. Armonía escenificada mediante la figura de la diosa Maat, la «patrona de los jueces», cuya imagen escogí a la hora de elaborar la portada de mi libro. Deidad que depositaba su pluma en la balanza que pesaba el corazón de los difuntos, para quienes si lograban el equilibrio se abrirían las puertas del paraíso. No obstante, si la pesa se desnivelaba sufrirían el tormento eterno. Labor reemplazada en el cristianismo por el arcángel san Miguel. De manera tal que hoy en día la balanza es el símbolo universal de la ley y la justicia.


El auge del cristianismo


Lo que aspiro a demostrar con este estudio es que la corrupción de los países del sur de Europa y Latinoamérica es inarmónica, al no haber asumido el concepto primigenio que entrañaba Maat. Un Occidente esculpido por el cristianismo, quien se autoproclamó heredero cultural del Imperio romano tras su caída en el 476.

Cristianismo que terminó por dividirse en uno católico, donde lo importante es el colectivo, y otro protestante, en el que prima el individuo. Unos países protestantes preocupados por preservar la separación de poderes, mientras que los católicos abogaron por la utópica figura del «rey-filósofo», el cirujano de hierro español. Deseosos de encontrar al Mesías que los salvase de todos los males. Sin embargo, los gobernantes que elegían acababan por moverse en beneficio de sí mismos o de su clan, eternos intérpretes de la triste partitura de la corrupción inarmónica.


Las sociedades secretas


Asimismo, hay que tener presente que un elemento esencial en esta investigación es el término esotérico. Utilizado en mi libro como aquella sapiencia filosófica o psicológica que confiere al individuo el máximo desarrollo intelectivo. Saber transmitido a un grupo reducido principalmente por medio de un proceso iniciático.

Sapiencia propia de los magos del Estado del Antiguo Egipto, chamanes, pitagóricos, órficos, sufíes, cabalistas, masones, rosacruces o martinistas. Y que se encuentra igualmente en el hermetismo y la alquimia. Saber esotérico que se opone al exotérico, divulgado a todos, característico de la ortodoxia.

Empero, no se ha de caer en el error de confundir a los movimientos esotéricos como la masonería, martinismo o rosacruces con sectas. Porque secta se aplica a una corriente religiosa que se aparta de la ortodoxia. Y en ningún momento estas sociedades secretas o «discretas», como hoy se las llama, divulgan religión alguna. Postulados que explico con detalle en mi obra.


La oxitocina


El objetivo de estos movimientos era convertirse en el filósofo de Platón, el eterno aspirante a conseguir la sabiduría a través del Amor. Elemento este último crucial en dichas líneas de pensamiento. Amor que conduce a la Idea suprema del Bien, a Dios. Hoy se sabe que la meditación presente en las dispares creencias libera la denominada «hormona del amor», la oxitocina, generada en la zona cerebral del hipotálamo.


Sustancia que suscita en el individuo estados de bienestar y mejora su interrelación con el resto. Además de potenciar su compasión, empatía, generosidad y altruismo.

No en vano para el científico estadounidense Paul Zak la oxitocina desempeña un papel primordial en la moralidad del individuo en cualquiera de sus facetas, como en la política o económica. En cuanto a este último aspecto, asegura que los intercambios comerciales basados en el axioma ganar-ganar generan sociedades más confiadas y entonces más prósperas gracias a la oxitocina. En concordancia con lo insinuado por Adam Smith en su tratado La teoría de los sentimientos morales. Quien hablaba de «simpatías», el equivalente a la actual empatía. Ya que el intercambio comercial pretende satisfacer las necesidades de otros, al fin y al cabo, ayudarlo.

«La Molécula Moral»

Es más, Paul Zak llama a la oxitocina «la Molécula Moral». Así que estimular su producción desencadena una mejora en la sociedad. Prosperidad que alcanzan aquellos pueblos donde la confianza es mayor entre sus miembros. Propagación en atención a la regla de oro presente en todas las religiones: «Tratar a los demás como te gustaría que te tratasen a ti». A saber, «de forma más amable, generosa, servicial y cariñosa». Confianza que permite aminorar las normas y los sistemas de control.


El predominio de la testosterona


En cambio, la secreción de oxitocina por parte de las neuronas se inhibe en entornos de «sálvese quien pueda». Contrarrestada por el estrés y la testosterona que provocan estas situaciones de desconfianza generalizada en el individuo. Puesto que somos incapaces de sentir empatía por lo que le sucede al otro, cuando está en juego nuestra propia supervivencia personal.

La prevalencia de la testosterona respecto a la oxitocina hace que el sujeto juzgue con severidad a los demás. Lo inclina a no adoptar una actitud compasiva y de ayuda, sino de castigo con lo que siente agrado. Hormona predominante también en el «cirujano de hierro» y no en el líder empático.


Conclusivamente, tener mayores o menores niveles de una u otra hormona aboca a un país al círculo virtuoso: «oxitocina-empatía-moralidad-confianza».


O por el contrario al dominio de la testosterona, con la consecuente desconfianza, autoritarismo del régimen político y un mayor incremento de la corrupción. Y la desconfianza hace que se dicten más normas y sistemas de control. Sociedades donde es fácil que se desate la «regla del enemigo único» en su mayor expresión, con la irrupción de bandos eternamente enfrentados e irreconciliables. Se cosifica al que queda fuera del clan tribal. Masa presa de la sombra colectiva a la hora de proceder contra el «adversario». El «otro» es percibido como un peligro para la pervivencia del grupo, lo que multiplica la generación de testosterona y se incrementa la intolerancia.



El pneuma griego


Y es que el norte de Europa instruyó a la población en la búsqueda del pneuma griego, es decir, en la perfección personal. Junto con la necesidad de vivir en equilibrio, o sea, según el principio de la Maat egipcia. Conocimiento que se transmitió a través de las sociedades secretas. Sin olvidar el misticismo de san Bernardo de Claraval, el artífice de la regla de los míticos templarios, quien terminó por perder la partida ante la escolástica dentro del orbe católico.

En consecuencia, los protestantes se decantaron por una postura individualista del ser humano que detecta su conciencia y por lo tanto es capaz de discernir entre el Bien y el Mal. Un individuo que sabe de sus imperfecciones y que trata de mejorarse cada día. Humildad que los encamina a adoptar medidas preventivas frente a la corrupción y a garantizar la separación de poderes esbozada por el masón Montesquieu. De ahí que los países protestantes salgan mejor parados en los índices de percepción de la corrupción.


Las logias como academias de formación


Norte europeo donde a partir del mito de la estrella flamígera por parte de los masones o la rosa roja del «iluminismo rosacruz» proliferaron las logias. Escuelas donde se formarían los ciudadanos que llegarían a ostentar altas cotas de poder. Academias donde se les enseñaban los pilares fundamentales de las democracias liberales y se les instaba a procurar su desarrollo.

Centros en los que se educaba a los grados superiores para que combatieran la concentración de poder en manos de unos pocos, por muy virtuosos que estos fuesen. Porque habían asimilado la proclama renacentista de Pico della Mirandola, esbozada en su famoso «discurso sobre la dignidad del hombre». Documento en el que perfiló a un ser humano totalmente libre, sometido únicamente a sus propias decisiones. Libres elecciones que siempre tendrían consecuencias sobre su propia vida, para bien o para mal. Conscientes de que la libertad no es solo un derecho, sino también una responsabilidad.



La res publica christiana


Entretanto, los territorios católicos mantuvieron una visión colectivista, a la que denominaron inicialmente como res publica christiana. Sociedad compuesta por todos los creyentes en Cristo. De manera que la «Gran Iglesia» equiparó el espíritu con el alma, con la consiguiente condena como herejía del tricotomismo, a partir del IV concilio de Constantinopla en el 870. Herejías que llegaron a ser combatidas eficazmente por la Inquisición. Institución eclesiástica que se alzó como el único canal de acceso al ámbito espiritual y todos aquellos que no utilizaban esta vía para conectarse con lo divino se suponía que habían apelado al Maligno.

Visto que lo capital era mantener al grupo unido hasta la segunda venida de Cristo, la parusía, lo que traería la salvación. Razón por la que se controlaba el mensaje y se tutelaba a los encargados de divulgarlo, los obispos, en pro de evitar cualquier tipo de fricción y con ello hacer peligrar la consecución del objetivo. Motivo por el que el librepensamiento se veía como una amenaza para la requerida cohesión.


El parecer y no el ser


Entonces, para los católicos la opción o no de cometer la infracción penal no se realiza a tenor de una convicción propia, sino por miedo al castigo externo. Sujetos en los que predomina el parecer y no el ser, la soberbia en contraposición a la debida humildad. Lo que unido a la concepción idolátrica del poder los aboca a elegir medidas represivas para atajar la corrupción y a enfocarse en hallar un prohombre que los gobierne. Dado que les fue vetado el conocimiento necesario para afianzar su conciencia individual, suplida por una comunitarista. Donde el pensamiento tribal condiciona la actuación de la persona.

Es por ello que los católicos, al carecer de la instrucción en la Maat, sufren de corrupción inarmónica. Aunque en cierto momento sustituyesen a la Iglesia por el Estado, le dieron las mismas connotaciones. Así que las desviaciones en el sistema son mayores que las de sus vecinos europeos. A causa de la incidencia del constructo filosófico y religioso como componente psíquico de la acción.


La imposición de la ética como algo externo al individuo


Y es que en los países católicos se estima que la ética ha de ser impuesta a los ciudadanos desde el exterior, igual a como se les transmitía el mensaje de Dios. Habitualmente mediante códigos extensos que nadie comprende, ni asume como suyos. En cambio, los protestantes, a través de toda una corriente de teorías y supeditados al «libre examen», hacen suya la máxima del «imperativo categórico» kantiano: hacer el bien por el bien mismo.

Pues es el propio individuo el que ha de buscar en su interior la esencia de esa eticidad. La estrella flamígera para los masones, la rosa roja de los rosacruces, la piedra filosofal de los alquimistas. Dado que el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios, esto le confiere una dignidad divina y lo hace plenamente libre. En este sentido Kant afirmaría: «Dentro de nosotros hay algo que nunca dejamos de admirar […]. Esa capacidad de realizar con nuestra naturaleza sensible tamaños sacrificios en aras de la moralidad». En términos cabalísticos el sur europeo se instaló en una mentalidad yesódica, en tanto el norte ascendió hasta una tiferética.


El político como ser sobrenatural


Naciones católicas en las que el político es reputado como un prohombre y como tal no cabe que yerre. Consagrado prácticamente de la infalibilidad inherente al sumo pontífice. De ahí que se conciba algo tan irracional como que debe ser capaz de detectar cualquier anomalía alrededor suyo, al hipotéticamente estar tocado por poderes sobrenaturales. Cuando la realidad de los humanos es que en sus vidas cotidianas reciben habitualmente grandes decepciones por parte de sus allegados.

Ergo, si esta es la cruda realidad, ¿por qué se tiene que confiar la detección de los casos de corrupción a la permanente desconfianza del político? Lo que resulta incongruente, si además se le exige que sea empático con la ciudadanía. Pues la desconfianza segrega testosterona que inhibe a la oxitocina, hormona característica de la empatía. Si lo que se le demanda es que esté en perpetua alerta, esto únicamente cabe que lo aboque a la paranoia. Lo que mudará su carácter a la más absoluta frialdad y lo conducirá inevitablemente al distanciamiento de su entorno. Hecho que empuja al líder a servirse de las personas para su interés y luego desecharlas, bajo el convencimiento de que al final siempre terminarán por traicionarlo.


El énfasis en la actividad punitiva


Al contrario que en los Estados de tradición protestante. Donde para proteger la humanidad de sus dirigentes lo confían todo a la separación de poderes. A la instauración de sistemas que propicien que salten automáticamente las alarmas cuando acontezca cualquier desviación.

Mientras que las naciones católicas se enfocan en la actividad punitiva, con la que sienten placer, resultado del predominio de la testosterona. En castigar a los hipotéticos prohombres que auparon al poder. Furia represiva que acarrea un deterioro todavía mayor de los pilares básicos del Estado, con la consecuente conculcación de los derechos inherentes a todo aquel sobre el que recaiga la mera sospecha de la comisión de una presunta corruptela. El derecho a un juicio justo, la igualdad ante la ley o la presunción de inocencia pasan a un segundo plano. El escarnio público es tal que se conculca hasta el derecho a la integridad moral. Inclusive el derecho fundamental a la reinserción ha quedado rotundamente obviado.


El olvido del «hálito vital»


Pero el método didáctico que a lo largo de la historia había ilustrado a las élites políticas, inspirado en la enseñanza de los magos del Estado egipcio, poco a poco se desvanece en el norte de Europa. Porque en el sur europeo siempre estuvo vetado. Y ya lo vaticinaba Giordano Bruno, en el momento en que se olvide ese «hálito vital», el pneuma griego, el ser humano será engullido por su sombra.

En el instante en que se pierda el significado de ese fragmento divino latente en el interior de cada persona, la armonía, la Maat egipcia, será repudiada una vez más. Se venerará al desvirtuado «rey-filósofo» platónico, al «cirujano de hierro» español, se aplaudirá la legitimidad carismática weberiana, se idolatrará al tergiversado «superhombre» de Nietzsche. Entonces, frente a una humanidad incapaz de penetrar en lo más recóndito de su ser, solo cabrá esperar que el sueño del abad de Fiore se haga realidad. Que nuevamente, tras grandes tribulaciones, se arribe a un remanso de paz. Donde el ideal de una «Edad del Espíritu Santo» regida por la máxima libertad se torne en realidad.

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